Si repasamos el Antiguo Testamento, en general no se presenta a la mujer en igualdad de dignidad frente al hombre, más bien es un objeto, claro que hubo algunas excepciones de mujeres de poder, influencia y dominio sobre los hombres, como Sara, la esposa de Abraham, Deborah, quien gobernó Israel durante 40 años, Esther, hebrea esposa del rey Asuero de Persia, y Judit, quien sedujo y engañó al general babilónico Holofernes.
La intención inicial de Dios fue que hombres y mujeres sean
igualmente dignos, una sola carne, pero debido al pecado se perdió esa
intención inicial, que luego Jesús rescata y rectifica.
Nuestro anterior Papa, Benedicto XVI, en la época en que era
prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, escribió al respecto en la “Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la Colaboración del Hombre y la Mujer en la Iglesia y el Mundo”:
(Extractos)
-En las palabras que Dios dirige a la mujer después del
pecado se expresa, de modo lapidario e impresionante, la naturaleza de las
relaciones que se establecerán a partir de entonces entre el hombre y la mujer:
«Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará» (Gn 3,16). Será una
relación en la que a menudo el amor quedará reducido a pura búsqueda de sí
mismo, en una relación que ignora y destruye el amor, reemplazándolo con el
yugo de la dominación de un sexo sobre el otro. La historia de la humanidad
reproduce, de hecho, estas situaciones [...] En esta trágica situación se
pierden la igualdad, el respeto y el amor que, según el diseño originario de
Dios, exige la relación del hombre y la mujer [...]
Es buena por su bondad originaria, declarada por Dios desde
el primer momento de la creación; es también alterada por la desarmonía entre
Dios y la humanidad, surgida con el pecado. Tal alteración no corresponde, sin
embargo, ni al proyecto inicial de Dios sobre el hombre y la mujer, ni a la
verdad sobre la relación de los sexos. De esto se deduce, por lo tanto, que
esta relación, buena pero herida, necesita ser sanada.
¿Cuáles pueden ser las vías para esta curación? Considerar y
analizar los problemas inherentes a la relación de los sexos sólo a partir de
una situación marcada por el pecado llevaría necesariamente a recaer en los
errores anteriormente mencionados. Hace falta romper, pues, esta lógica del
pecado y buscar una salida, que permita eliminarla del corazón del hombre
pecador. Una orientación clara en tal sentido se nos ofrece con la promesa
divina de un Salvador, en la que están involucradas la «mujer» y su «estirpe»
(cf Gn 3,15), promesa que, antes de realizarse, tendrá una larga preparación
histórica [...]
Dios empieza así a desvelar su rostro para que, por medio
del pueblo elegido, la humanidad aprenda el camino de la semejanza divina, es
decir de la santidad, y por lo tanto del cambio del corazón. Entre los muchos
modos con que Dios se revela a su pueblo (cf Hb 1,1), según una larga y
paciente pedagogía, se encuentra también la repetida referencia al tema de la
alianza entre el hombre y la mujer [...]
Todas estas prefiguraciones se cumplen en el Nuevo
Testamento. Por una parte María, como la hija elegida de Sión, recapitula y
transfigura en su feminidad la condición de Israel/Esposa, a la espera del día
de su salvación. Por otra parte, la masculinidad del Hijo permite reconocer
cómo Jesús asume en su persona todo lo que el simbolismo del Antiguo Testamento
había aplicado al amor de Dios por su pueblo, descrito como el amor de un
esposo por su esposa. Las figuras de Jesús y María, su Madre, no sólo aseguran
la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, sino que superan aquel.
Como dice San Ireneo, con el Señor aparece «toda novedad» [...]
El amor del hombre y la mujer, vivido con la fuerza de la
gracia bautismal, se convierte ya en sacramento del amor de Cristo y la Iglesia, testimonio del
misterio de fidelidad y unidad del que nace la «nueva Eva», y del que ésta vive
en su camino terrenal, en espera de la plenitud de las bodas eternas [...]
Injertados en el misterio pascual y convertidos en signos
vivientes del amor de Cristo y la
Iglesia, los esposos cristianos son renovados en su corazón y
pueden así huir de las relaciones marcadas por la concupiscencia y la tendencia
a la sumisión, que la ruptura con Dios, a causa del pecado, había introducido
en la pareja primitiva [...]
En Jesucristo se han hecho nuevas todas las cosas (cf Ap
21,5). La renovación de la gracia, sin embargo, no es posible sin la conversión
del corazón. Mirando a Jesús y confesándolo como Señor, se trata de reconocer
el camino del amor vencedor del pecado, que Él propone a sus discípulos.
Así, la relación del hombre con la mujer se transforma, y la
triple concupiscencia de la que habla la primera carta de S. Juan (cf 1Jn
2,15-17) cesa su destructiva influencia. Se debe recibir el testimonio de la
vida de las mujeres como revelación de valores, sin los cuales la humanidad se
cerraría en la autosuficiencia, en los sueños de poder y en el drama de la
violencia. También la mujer, por su parte, tiene que dejarse convertir, y
reconocer los valores singulares y de gran eficacia de amor por el otro del que
su femineidad es portadora-.
La introducción del matrimonio monogámico
indisoluble por Jesús ha sido la mayor revolución en la historia del feminismo. Pudiéramos
decir que, el feminismo empieza a partir de Jesús, porque es a partir de este
que la mujer deja de ser un objeto, y las relaciones entonces exigen ir más
allá de un simple contrato económico, y abarcar también un compromiso emocional
y afectivo.
-La igual dignidad de las personas se realiza como
complementariedad física, psicológica y ontológica, dando lugar a una armónica
«unidualidad» relacional, que sólo el pecado y las ‘‘estructuras de pecado''
inscritas en la cultura han hecho potencialmente conflictivas. La antropología
bíblica sugiere afrontar desde un punto de vista relacional, no
competitivo ni de revancha, los problemas que a nivel público o privado suponen
la diferencia de sexos [...]
El término designa aquí no un papel de subalterno sino una
ayuda vital.5 El objetivo es, en efecto, permitir que la vida de Adán no se
convierta en un enfrentarse estéril, y al cabo mortal, solamente consigo mismo.
Es necesario que entre en relación con otro ser que se halle a su nivel.
Solamente la mujer, creada de su misma «carne» y envuelta por su mismo
misterio, ofrece a la vida del hombre un porvenir. Esto se verifica a nivel
ontológico, en el sentido de que la creación de la mujer por parte de Dios
caracteriza a la humanidad como realidad relacional. En este encuentro emerge
también la palabra que por primera vez abre la boca del hombre, en una
expresión de maravilla: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi
carne» (Gn 2,23)
En referencia a este texto genesíaco, el Santo Padre ha
escrito: «La mujer es otro ‘‘yo'' en la humanidad común. Desde el principio
aparecen [el hombre y la mujer] como ‘‘unidad de los dos'', y esto significa la
superación de la soledad original, en la que el hombre no encontraba ‘‘una
ayuda que fuese semejante a él'' (Gn 2,20). ¿Se trata aquí solamente de la
‘‘ayuda'' en orden a la acción, a ‘‘someter la tierra'' (cf Gn 1,28)?
Ciertamente se trata de la compañera de la vida con la que el hombre se puede
unir, como esposa, llegando a ser con ella ‘‘una sola carne'' y abandonando por
esto a ‘‘su padre y a su madre'' (cf Gn 2,24)».6 [...]
En la misma perspectiva esponsal se comprende en qué sentido
la antigua narración del Génesis deja entender cómo la mujer, en su ser más
profundo y originario, existe «por razón del hombre» (cf 1Co 11,9): es una
afirmación que, lejos de evocar alienación, expresa un aspecto fundamental de
la semejanza con la
Santísima Trinidad, cuyas Personas, con la venida de Cristo,
revelan la comunión de amor que existe entre ellas. «En la ‘‘unidad de los
dos'' el hombre y la mujer son llamados desde su origen no sólo a existir ‘‘uno
al lado del otro'', o simplemente ‘‘juntos'', sino que son llamados también a
existir recíprocamente, ‘‘el uno para el otro...-
Como dice una frase popular: “La mujer fue creada de la
costilla del hombre; no de su cabeza para superar, ni de sus pies para ser
pisoteada. Fue hecha de su costado para ser igual, debajo de su brazo para ser
protegida, y muy cerca de su corazón para ser amada”.
La mujer fue hecha para ayudar, complementar, acompañar al
hombre, pero no puede tampoco tender a una sumisión desproporcionada ante el hombre, así como hacen las liberales a causa del pecado.
-Sin embargo no se puede olvidar que la combinación de las
dos actividades —la familia y el trabajo— asume, en el caso de la mujer,
características diferentes que en el del hombre. Se plantea por tanto el
problema de armonizar la legislación y la organización del trabajo con las
exigencias de la misión de la mujer dentro de la familia. El problema no es
solo jurídico, económico u organizativo, sino ante todo de mentalidad, cultura
y respeto. Se necesita, en efecto, una justa valoración del trabajo
desarrollado por la mujer en la familia. En tal modo, las mujeres que
libremente lo deseen podrán dedicar la totalidad de su tiempo al trabajo
doméstico, sin ser estigmatizadas socialmente y penalizadas económicamente. Por
otra parte, las que deseen desarrollar también otros trabajos, podrán hacerlo
con horarios adecuados, sin verse obligadas a elegir entre la alternativa de
perjudicar su vida familiar o de padecer una situación habitual de tensión, que
no facilita ni el equilibrio personal ni la armonía familiar. Como ha escrito
Juan Pablo II, «será un honor para la sociedad hacer posible a la madre —sin
obstaculizar su libertad, sin discriminación sicológica o práctica, sin dejarle
en inferioridad ante sus compañeras— dedicarse al cuidado y a la educación de
los hijos, según las necesidades diferenciadas de la edad».21
En un nivel más concreto, las políticas sociales
—educativas, familiares, laborales, de acceso a los servicios, de participación
cívica— si bien por una parte tienen que combatir cualquier injusta
discriminación sexual, por otra deben saber escuchar las aspiraciones e
individuar las necesidades de cada cual. La defensa y promoción de la idéntica
dignidad y de los valores personales comunes deben armonizarse con el cuidadoso
reconocimiento de la diferencia y la reciprocidad, allí donde eso se requiera
para la realización del propio ser masculino o femenino-.
Ahora bien, la igualdad de condiciones entre hombres y
mujeres en la sociedad puede traer algunos inconvenientes. Tomemos la historia
del Génesis como una moraleja. Adán fue convencido por Eva a pecar. Es como
dicen, que realmente, el sexo débil es el hombre, porque a pesar de su
fortaleza y musculosidad, puede ser sometido totalmente por una mujer. La mujer
puede llegar a ejercer un poderoso influjo sobre el hombre. El ejemplo más ilustre
de esto es Sansón, que cayó bajo el influjo de Dalila; Salomón, que perdió el
rumbo debido a sus esposas extranjeras; también en la historia clásica: Julio
Cesar y Marco Antonio, que ganaron cientos de batallas contra miles hombres,
antes de caer rendidos ante Cleopatra.
Por eso es que se necesita mucho discernimiento para la elección
de una esposa. Una mala elección, o peor aún, la elección de una compañera carnal
que no lo sea en lo espiritual, es peligrosísimo. No podemos dejarnos arrastrar
nunca por cualquier mujer, porque sino descenderemos por el abismo.
La Biblia
nos advierte sobre esto:
Proverbios 5:
-Porque los labios de la mujer extraña destilan miel y su
paladar es más suave que el aceite, pero al final, ella es amarga como el
ajenjo, cortante como una espada de doble filo. Sus pies descienden a la Muerte, sus pasos se
precipitan en el Abismo; ella no tiene en cuenta el sendero de la vida, va
errante sin saber adonde.
Por eso, hijos, escúchenme y no se aparten de las palabras
de mi boca. Aleja de ella tu camino y no te acerques a la entrada de su casa, no
sea que entregues a otros tu honor y tus años, a un hombre cruel; que gente
extraña se sacie con tu fuerza y tus trabajos vayan a parar a casa ajena, y que
al fin tengas que gemir, cuando estén consumidos tu cuerpo y tu carne.
Entonces dirás: "¿Cómo aborrecí la instrucción y mi
corazón despreció las advertencias? Yo no escuché la voz de mis maestros ni
atendí a los que me enseñaban. Faltó poco para que estuviera en el colmo de la
desgracia, en medio de la asamblea y de la comunidad".
Encuentra tu alegría en la mujer de tu juventud, cierva
amable, graciosa gacela! Que en todo tiempo te embriaguen sus amores y estés
siempre prendado de su afecto.
Hijo mío, ¿por qué te dejarás prendar por la mujer ajena y
abrazarás los pechos de una extraña? Los caminos del hombre están bajo la mirada
del Señor y él tiene en cuenta todos sus senderos. El malvado será presa de sus
propias faltas y quedará atrapado en los lazos de su pecado. Morirá por falta
de instrucción y se extraviará por su gran necedad-.
En Proverbios 31, Salomón escribe los consejos dados al rey Lemuel por su madre:
-
¡No, hijo mío! ¡No, niño mío! ¡Tú, mi primogénito, al que
pedí con tanto anhelo! No entregues tu vigor a las mujeres, líbrate de los
abrazos de las que pierden a los reyes.
(…)
Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?, su valor sobrepasa
largamente a las de las piedras preciosas.
(…)
Ella le ha recompensado con bien, y no con mal, todos los
días de su vida. Ha abierto la boca con prudencia, y la ley de bondad amorosa
está en su lengua.
Sus hijos quisieron felicitarla, su marido es el primero en
alabarla: “¡Las mujeres valientes son incontables, pero tú a todas has
superado!”. El encanto puede ser falso, y la belleza vana; lo admirable en una
dama es la sabiduría.
¡Sean pues reconocidos sus logros y
públicamente alabadas sus obras!
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